Se acerca de nuevo el mes de agosto, el calor
ya va haciendo su presencia y, como en años anteriores, ya se comienzan a
trabajar las ideas. El germen de una creación va tomando forma en los papeles
de dibujo, el olor a la cera ya va llenando algunas cocinas y talleres,
pequeños modelos van viendo la luz.
El año pasado por estas fechas andaba
atareado con mi proyecto final de ingeniería de edificación. Los años de
carrera me habían permitido entrar en contacto con estudiantes de bellas artes
y ellos me habían acercado un poco más a ese mundo que tanto me había llamado
la atención pero que, por falta de motivación y genio, no me había atrevido a
explorar. Gracias a ellos conocí la existencia de un curso de fundición en un
pueblo de Córdoba. Tras dos años visitando a mis amigos la última semana del
curso para ver sus creaciones, me decidí a apuntarme.
Haciendo caso omiso de consejos y arrastrado
por mis ganas de probarme, en los ratos de descanso de la redacción del
proyecto final, fui haciendo mi primer boceto de plastilina, un cuerpo humano.
Algunas veces estaba toda la tarde mirando fotos y dibujos anatómicos de los
que fijarme e ir dando forma a la masa plástica. Esos días me ayudaban a
evadirme y al retomar el trabajo me daba cuenta de errores o hallaba la
solución de problemas.
El mes de julio se paso entre el modelado de
la figura que mi imaginación había engendrado, las investigaciones energéticas,
los cálculos estructurales y la redacción de las memorias técnicas. Cuando me
quise dar cuenta, ya iba de camino cruzando el paso de Despeñaperros para
enfrentarme por primera vez al espíritu de Priego.
Un total de veinte personas, más los tres
profesores y el maestro, formábamos el grupo de la XXII edición del curso, un
grupo formado por personas venidas de todas partes, de España e incluso del
extranjero, y con un amplio abanico de edades. Un claro ejemplo de que
aprender, al igual que otros aspectos de la vida, no están
condicionados por los años vividos.
No se trata de un curso típico de clases
magistrales y ejercicios prácticos, no existe una jerarquía rígida de
profesores y alumnos, todos aprenden de todos, todos se ayudan mutuamente, se crea
un grupo de trabajo en el que se comparte el proceso creativo, aprendiendo de
las técnicas que otros realizan, observando, preguntando y hablando. Un
aprendizaje totalmente dinámico.
De la mano del maestro Venancio Blanco, se
descubre más pausadamente el desarrollo de la creación plástica, para un
ingeniero es como descubrir la estructura del arte.
Todas las mañanas, tras la puerta de madera
del museo, se produce el enfrentamiento con la inspiración, el campo de batalla
es el papel blanco, rojo, gris, negro… o tela, una carta antigua, un cartón,
cualquier soporte en el que quieras experimentar; las armas… aquellas con las
que cada uno se sienta más a gusto: carboncillo, acuarela, lápiz, pasteles,
lejía, tinta… Nadie porta armadura, solo la destreza que posea de batallas
previas, todos estamos “desnudos” ante el contrincante, la modelo y su pose.
Comienza entonces el baile, la búsqueda del
punto débil, de la perspectiva que más atraiga a cada uno y con la que más a
gusto se sienta al dejar a la mano moverse en libertad, ya ella sabrá dar la
estocada que rinda a la idea.
Para un ingeniero, primerizo en el dibujo del
natural de modelos humanos, es un gran esfuerzo salir de la zona de confort que
suponen las líneas rectas de los edificios y los planos y adentrarse en el reto
que las luces y sombras de las curvas del cuerpo prodigan sobre la figura. El
temor de no saber cómo atrapar en el papel el esfuerzo que la modelo realiza y
la pose que te ha cautivado me suponía una frustración que me paralizaba y
hacía que cada intento fuese peor al previo. Un consejo, olvídate de mirar y
observa. Diviértete con lo que haces y disfruta descubriendo tu otro lado del
cerebro.
Tras la reunión con la musa, un descanso para
almorzar y reponer fuerzas antes de ir al taller. El camino de bajada casi se
asemeja al descenso a los infiernos, el calor de agosto en Córdoba no perdona y
el destino del camino acerca bastante al fuego.
En el taller de fundición, cual fragua de
Hefesto, el fuego está presente a lo largo de los procesos de creación. No es
solo este elemento el que interviene, en todo momento se debe mantener el
equilibrio y por ello el agua controla el ímpetu del fuego, la tierra los
contiene a ambos mientras que el aire alienta hacia adelante el proceso en
conjunto.
El modelado en cera se realiza siempre con el
fuego a un lado y al otro un recipiente con agua con el que conservar la forma
deseada y detener el efecto del calor. En la creación de los moldes, el aire extrae
el agua contenida en la cascara cerámica, de nuevo el fuego interviene
endureciendo la tierra en la mufla para preparar el vientre cerámico. El metal
se rinde ante las exigencias del fuego para fluir como el agua al interior de
las cuevas cerámicas, en las cuales el aire se encargará de devolver su fuerza
al metal consolidando la forma del nuevo ser.
Los días se pasan veloces, el cansancio se
lleva bien gracias a los grandes momentos que se comparten, las bromas entre
compañeros y las conversaciones en las terrazas disfrutando del frescor de la
noche. Los tres profesores, Marta, Luis y José Antonio, te orientan si andas
perdido y te corrigen si ven fallos repetidos, te empujan en la dirección en la
que más cómodo te sientas, haciendo que la evolución sea gracias al esfuerzo
propio de cada uno y la práctica constante.
La visita del maestro es la parte más esperada
del curso, a veces solo son unos días, otras, para fortuna de todos, son
semanas, escuchar sus anécdotas y la visión del arte que él tiene y transmite
en su obra es un germen que nos motiva a adentrarnos en el misterio de la
fundición, en disfrutar del dibujo como base de cualquier idea y dejarnos
llevar por la música, escuchando las imágenes y los sentimientos que se
encierran en las notas.
Todo se traduce al final de las tres semanas
en colecciones de dibujos y en figuras de bronce, en ideas y visiones de la
naturaleza que se encierra en el crisol y los moldes, en la filosofía detrás
del esfuerzo y las horas invertidas.
El fuego pronto volverá a arder y el crisol recuperará su mágica candencia.
Javier Sánchez Villalba